Cuando en 1961 se construyó el Muro de Berlín, la parte oriental, correspondiente a la RDA (República Democrática de Alemania), quería evitar los continuos desplazamientos que se producían hacia la parte occidental de Berlín, huyendo del socialismo y en búsqueda de la libertad. El bloque socialista tenía que imponer el «muro de la vergüenza» para seguir sometiendo a la población de la Alemania oriental.
Alemania (y Berlín), por tanto, quedó dividida en dos. Fue el ejemplo más claro del enfrentamiento entre el capitalismo y el comunismo, signo inequívoco de la Guerra Fría. El 9 de noviembre de 1989, el Muro cayó, como consecuencia de la desintegración palpable que estaba produciéndose en el régimen soviético.
Alemania del Este era el paraíso de aquellos que no creen en la libertad. Medio país devastado por la represión comunista, tanto en libertades civiles como económicas. La Stasi controlaba la calle y la vida privada de los alemanes del este y la URSS controlaba la política y la economía de la RDA. La caída del Muro, de la que se celebra ahora su 28º aniversario, demostró la inmensa distancia entre las dos Alemanias. Una rica y otra pobre. Una libre y otra oprimida. Una productiva y otra estancada.
Las diferencias llegan hasta el día de hoy. La parte oriental sigue por detrás de la occidental en términos económicos (en libertades civiles y políticas, gracias a la unificación, conviven bajo los mismos estándares), a pesar de las continuas transferencias, que ya acumulan 2 billones de euros hacia el este. Y es que un marco institucional que respete la naturaleza humana, el mercado libre y el capitalismo es más potente que cualquier arrogancia socialista, que diría Hayek, y cualquier ayuda monetaria.
Los que piensan que el socialismo es magia, comprueban cómo la parte oriental de Alemania todavía carga sobre sus hombros con las consecuencias de años y años de diferencia abismal entre capitalismo y socialismo: menor renta per cápita, mayor desempleo, menor ratio de inversiones, menor productividad laboral; una brecha lejos de cerrarse casi treinta años después de la unificación. Los Länder del oeste siguen siendo más prósperos y más ricos respecto a los Länder del este. No hay dudas, el capitalismo es prosperidad mientras el socialismo es ruina y desastre económico. Sus huellas siguen vigentes.
La caída del Muro de Berlín fue una oportunidad para los alemanes del este, de poder encaminar sus vidas según sus deseos y no los del ‘centro director’, a través de intercambios voluntarios en el mercado y no mediante la imposición de decretos políticos. A su vez, poder prosperar, aunque sea lentamente (los 40 años de Alemania socialista no se recuperan de la noche a la mañana). El intervencionismo y el socialismo siempre fracasan. La caída del Muro reflejó el modelo socialista, esto es, pobreza, represión y regresión. Se pudo observar las diferencias entre la Alemania capitalista y la Alemania socialista y no hubo ninguna duda de que la primera era más libre y próspera, como era de esperar.
La caída del Muro, por tanto, reflejó el fracaso, como ha ocurrido en todos los regímenes socialistas/comunistas. Terminó pasando con la URSS poco más tarde. Pasó con las ‘democracias populares’. Pasa con Cuba y Venezuela. El socialismo es miseria, muerte y corrupción y sus aplicaciones a lo largo de los últimos 100 años así lo atestiguan. Alemania no iba a ser una excepción y la historia así lo ha demostrado.
Fuente: La Razón